En una noche marcada por la emoción, los festejos y los rituales clásicos del cierre escolar, dos jóvenes lograron que un gesto sencillo se transformara en un poderoso mensaje colectivo. Durante la tradicional bajada de egresados, Gregorio y Aaron descendieron juntos portando la bandera del orgullo trans, convirtiéndose en los únicos en hacerlo y dejando una imagen que no pasó desapercibida.

'No fue algo planeado hasta el último minuto', cuentan. La idea había surgido un año antes, casi como una charla entre amigos, pero tomó forma recién instantes antes de bajar al escenario. La bandera, cuidadosamente doblada, viajó escondida en un bolsillo hasta que llegó el momento indicado. Nervios, miradas cómplices y una decisión compartida: hacerlo.

Gregorio y Aaron se conocieron a través de espacios de participación juvenil y rápidamente descubrieron que compartían algo más que amistades en común: ambos son personas trans. Desde ese punto, la conversación sobre la visibilidad comenzó a aparecer de manera natural. 'No queríamos llamar la atención por nosotros, sino mostrar que existimos', explican. El gesto no buscó romper la celebración, sino ampliarla: sumar identidad, diversidad y libertad a un evento históricamente normado.

La elección de la bandera trans no fue casual. Aunque existe la bandera arcoíris que representa al conjunto de la comunidad LGBT+, ambos sintieron que la celeste, rosa y blanca los identificaba de manera más directa. 'Es el paraguas bajo el cual estamos', explican, remarcando que lo trans incluye múltiples vivencias, recorridos y expresiones posibles.

Durante la bajada no escucharon demasiado. Los nervios, la emoción y la concentración hicieron lo suyo. Más tarde, al ver los videos, notaron algunas palabras de los locutores vinculadas a la libertad, la identidad y el orgullo. También llegaron los aplausos, especialmente desde las primeras filas: familiares, autoridades educativas, amistades y profesionales que los acompañaron en sus procesos personales.

Las repercusiones continuaron después. Felicitaciones espontáneas, mensajes de orgullo y palabras de aliento marcaron el después de la ceremonia. Para las familias, la bandera también fue una sorpresa. 'Nadie sabía', coinciden. El acompañamiento familiar aparece como un pilar fundamental en ambas historias, aunque con tiempos y recorridos distintos.

Aaron relata que inició su transición a los 14 años y que contó con una respuesta rápida de su entorno, incluso en los trámites de cambio de DNI. Gregorio, por su parte, describe un proceso más pausado, atravesado por dudas iniciales, pero que también culminó en aceptación, acompañamiento y acceso a derechos. Ambos coinciden en algo: no todas las personas trans tienen la misma suerte.

Por eso, remarcan la importancia de la visibilidad. 'No para exponerse por obligación, sino para que otros sepan que no están solos', explican. En especial, para quienes hoy transitan la adolescencia y todavía no se animan a nombrarse. 'Cada proceso es personal. No hay una sola forma de ser trans ni una única manera de vivir la identidad'.

El gesto en la bajada de egresados no fue una provocación ni una consigna explícita. Fue, simplemente, una presencia. Una que interpela, que abre conversaciones y que aspira, en el futuro, a dejar de ser noticia. 'Ojalá llegue el día en que esto sea algo normal', dicen. Que una bandera más no sorprenda, sino que conviva.

Hoy, Gregorio y Aaron ya miran hacia adelante. Uno se prepara para estudiar Profesorado de Artes Visuales en Chivilcoy; el otro, Diseño en Comunicación Visual en La Plata. Ambos apuestan a la universidad pública y esperan acceder a las becas de vivienda estudiantil. Nuevas etapas comienzan, pero la imagen de aquella noche queda como una marca: la de dos egresados que decidieron bajar con orgullo y decir, sin palabras, que la diversidad también egresa.